“El árbol, el alcalde y la mediateca”: dialogar la arquitectura

El árbol, el alcalde y la mediateca (L’Arbre, le Maire et la Médiathèque, Éric Rohmer, 1993)
Esta película forma parte del ciclo “Octubre Urbano”, programado por la FAC en la Filmoteca de Andalucía


La historia se desarrolla en la campiña francesa hace treinta años, pero quizás nos suene mucho más cercana. Francia está en plena campaña para las elecciones regionales, pocos meses después de que el Partido Socialista haya perdido su mayoría en las presidenciales. La necesidad de captar votos ha vuelto más generosas a las arcas públicas, sobre todo en ámbitos rurales. En Saint-Juire, un pequeño municipio en riesgo de despoblación, el alcalde (socialista) ha recibido una cuantiosa subvención para erigir un centro cultural en el pueblo. Un proyecto ambicioso que incluye mediateca, biblioteca, piscina, teatro al aire libre y parking.

¿Necesita el pueblo un centro de tanta escala? ¿Por qué no acondicionar antiguos edificios agrícolas como equipamientos culturales? ¿Es el proyecto, tal y como se proclama, respetuoso con el medio ambiente y la tradición constructiva local? El árbol, el alcalde y la mediateca explora todas estas cuestiones trabando una ficción con un puñado de personajes. El alcalde, un socialista renovador hijo de terratenientes de Saint-Juire. Su nueva pareja, una escritora parisina y urbanita. El maestro del pueblo, exaltado porque la mediateca amenaza la existencia de un sauce centenario en los terrenos que se intervendrán. Y una influyente periodista que acude a Saint-Juire a elaborar un reportaje sobre el proyecto.

No fue la primera vez que el ya veterano Éric Rohmer (contaba 72 años cuando empezó el rodaje) se acercó a la arquitectura y el urbanismo en su cine. Pero sí la primera vez que lo abordó desde los entresijos de la política. Ahora bien, El árbol, el alcalde y la mediateca se ajusta poco a la acepción habitual de “cine político”. Sobre todo, porque su aproximación no está cerrada a la trama política. Entendiendo el cine como herramienta de aprendizaje, Rohmer se detiene en cada temática que abarca el argumento. 

Así, por ejemplo, veremos que la periodista hace entrevistas a varios habitantes del pueblo. Hablan de los cambios en la vida de la comunidad, de sus deseos para el futuro, de la necesidad de infraestructuras culturales… Con la particularidad de que es un auténtico ejercicio de escucha. Clémentine Amouroux, la actriz que interpreta a la periodista, propuso a Rohmer actuar como tal y rodar entrevistas con los habitantes del pueblo. Y el cineasta, pese a que casi nunca filmaba algo que no estuviera guionizado y ensayado, aceptó.

En la misma línea, el arquitecto al que se asigna el proyecto de la mediateca está interpretado por un auténtico arquitecto, Michel Jaouën. Rohmer le pidió un proyecto en toda regla: una maqueta, planos y dibujos a partir del terreno en el que la película ubica la futura mediateca (un terreno, por cierto, que treinta años después sigue sin edificar). En una escena de la película, el alcalde y su pareja visitan el estudio del arquitecto (el estudio de Jaouën). Durante esos minutos, la película le permite defender su idea:

Así, aunque la mediateca sea ficticia, la película se convierte en un ejercicio de escucha y diálogo cuando hace intervenir no a un actor, sino a un arquitecto que discute sobre su trabajo. Y la cámara le deja expresarse con sus propios materiales. Por ejemplo, insertando planos en los que vemos sus manos recorrer detalles de la maqueta o los bocetos.

De aquí podemos abstraer los dos elementos con los que Rohmer crea su propia versión del cine político: el diálogo y la escucha. Respecto al primero, el argumento está diseñado con una ausencia de cinismo muy poco habitual. Básicamente, las intenciones de los personajes son buenas y cada uno defiende con sinceridad su propuesta. Respecto a la escucha, no hay que entenderla solo en un sentido auditivo: como muestra muy bien la escena citada con el arquitecto, la cámara se revela como un instrumento clave para recoger o matizar las perspectivas de los personajes.

Tomemos un ejemplo: la escena en la que el maestro se pasea fuera de sí por el terreno donde se ubicará la mediateca. La actuación de corte teatral que le imprime Fabrice Luchini y la vehemencia de sus palabras (“Soy partidario de abolir la pena de muerte… salvo para los arquitectos”) hacen que el histrionismo del personaje bordee el ridículo. En mitad de su soflama, exalta la belleza del paisaje que van a destrozar: “Este paisaje con el prado, el pueblo, la iglesia… Es una obra maestra de la naturaleza y del hombre. ¡Quienes delimitaron este paisaje son artistas, mucho más que el sofisticado señor arquitecto!”. Justo a la vez, la cámara se aleja de los personajes y reencuadra el plano. Lo que nos muestra entonces es una vista de la iglesia y la vegetación cuidadosamente enmarcada por las ramas del sauce.

Es decir, la cámara reacciona a las palabras del maestro y se mueve para buscar la belleza que proclama… y encontrarla. La cámara escucha y concede una imagen a su perspectiva de las cosas, y de pronto el personaje se vuelve menos ridículo.

El diálogo y la escucha, eso sí, no implican conformidad. Rohmer aplica una maniobra típica en su cine: da tiempo a sus personajes para que hablen, debatan y puedan expresarse con elocuencia. Pero cuanto más hablan, más van dejando aflorar sus contradicciones. Tomemos el caso del alcalde. ¿Cómo se las apaña para conciliar su faceta de socialista renovador con el hecho de que gobierne el pueblo desde su palacio y sus enormes jardines, herencia de una familia pudiente? ¿Cómo defiende la reactivación de la vida rural cuando pasa largas temporadas en París y tiene a Saint-Juire más bien como segunda residencia? 

Rohmer no juzga al personaje por estas contradicciones (que no son incompatibles con las buenas intenciones), pero tampoco las pasa por alto. Ya avanzado el metraje, una vez que como espectadores hemos comprendido estas contradicciones, el director introduce imágenes que las condensan en unos segundos. Cuando el alcalde va a recibir a la periodista en su palacio, la escena se abre con un recurso que aparece varias veces en la película: la vista de la ventana del personaje. Como si aquello que ve del exterior desde sus dominios configurara su visión del mundo. En este caso, lo que vemos es este plano:

Unas rosas cortadas en un jarrón que se disponen en primer término, mediando entre la cámara y la vista de las flores vivas del jardín. La contradicción también es espacial: el personaje que canta las virtudes de la vida natural en el campo parece sentir la necesidad de cortar pedazos de esa vida para convertirlos en un elemento de interiorismo, en parte de un discurso controlado. Pero el plano, además de mordaz, es innegablemente bello. Y al concentrar ambas esencias, resume el equilibrio que consigue El árbol, el alcalde y la mediateca. Una película que, no hay que olvidarlo, empieza y acaba enunciándose como una lección infantil con un colofón en forma de musical que, después de todo, canta a la posibilidad del entendimiento… por mucho que ese entendimiento haya sido accidental.

1 Comentario

  • Jose sanchez

    Una joya medioambiental, que no se puede visionar en ningún sitio.Que pena que Filmin no incorpore esta película, que defiende lo bello, lo obvio, a pesar de las tentaciones políticas y monetarias.

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