“Arquitectura emocional 1959”: el amor en siete kilómetros

Arquitectura emocional 1959 (León Siminiani, 2022)
Esta película forma parte del ciclo “Octubre Urbano”, programado por la FAC en la Filmoteca de Andalucía. Su presentación, el miércoles 11 de octubre, contará con la presencia del director.


Tras los créditos de apertura, un fragmento del NO-DO recorre las nuevas arquitecturas funcionales de la ciudad universitaria de Madrid. El locutor celebra sus bondades como espacio formativo de los jóvenes. De pronto, un corte. De una vista contrapicada del Arco de la Victoria de Moncloa, apostado sobre el cielo, pasamos al plano a ras de suelo de un banco de piedra y, al fondo, el tráfico de una avenida con la medianera llena de grafitis. Del blanco y negro, el grano y la música triunfal pasamos al color digital y el ruido de los coches. “Andrea y Sebastián se conocen en este banco en otoño de 1958”, nos dice una nueva voz en off. Aunque visiblemente estemos en 2022.

Además de temporalmente, este segundo locutor nos ubica espacialmente con la misma exactitud. Estamos en el Instituto de Formación del Profesorado, obra del célebre arquitecto Miguel Fisac, cuyos elementos y líneas encuadra la cámara cuidadosamente antes de hacer que la tal Andrea y el tal Sebastián entren en escena y ocupen el banco que hemos visto al principio; inscritos, gracias a la amplitud del plano, sobre la arquitectura que se manifiesta en las marquesinas onduladas del Instituto.

Pero no solo se trata de que la arquitectura tenga su peso en composiciones de plano como esta. El mediometraje Arquitectura emocional 1959 —ganador en los Goya de 2023— parte de una idea aun más radical, expresada por su director: hacer una película en la que la arquitectura y el urbanismo no sean el continente sino el contenido. Sin renunciar por ello a la posibilidad de contar una historia. La de Andrea y Sebastián, dos estudiantes de diferentes clases sociales que se enamoran.

¿Cómo contar esa historia de amor poniendo a la arquitectura en primer término? Desde el principio, con ese corte radical del NO-DO al banco, Siminiani establece una norma de funcionamiento basada en el anacronismo. Esto es, que aunque la cronología del relato se remita a finales de los cincuenta, la película no oculta que está filmada en el Madrid contemporáneo. Es más, sus pocos detalles de ambientación histórica son mostrados de manera explícita antes de ser puestos en escena. Así, antes de que veamos en plano a los actores que interpretan a Andrea y Sebastián ataviados en vestuario de la época, Siminiani nos muestra en un plano detalle sus ropas y complementos cuidadosamente doblados, e incluso la voz en off nos anuncia que van a vestirlos para ayudar a que nos imaginemos ese pasado evocado. También, antes de que sendos protagonistas entren en cuadro, escucharemos a la misma voz en off anunciando que, a su orden, entrarán efectivamente en cuadro.

Así pues, la película se dota de una base por la cual el acto de dirigir, de poner en escena, se hace explícito para el espectador. También el acto de narrar. Todo se está construyendo delante de nosotros, salvo una cosa. La arquitectura. Lo único que “estaba ahí” antes de que la cámara y la historia de Andrea y Sebas intervinieran. Al contrario que el NO-DO que se muestra al comienzo, la arquitectura se pone en escena por sí misma. Esta base da lugar a escenas de una expresividad muy especial. Por ejemplo, cuando Andrea se desnuda ante Sebas en un recoveco de su edificio, y la cámara opta por representar solo el espacio donde lo hace (o donde lo hizo).

La arquitectura se convierte, así, en una herramienta de la memoria y la imaginación. También en estructuradora narrativa. Otra de las características de la película es su precisión cartográfica. Siminiani crea un mapa de Madrid, que el mismo cartel nos muestra, compuesto de una serie de puntos importantes en la historia.

Detalle del cartel de la película

También muchos planos se convierten en mapa. Ya sea sobre imágenes de los actores caminando por las calles o sobre imágenes de archivo que nos dan vistas históricas del Paseo de la Castellana, el director dispone sobre la pantalla líneas y flechas que señalan sus recorridos.

El recorrido más esencial, el que inspiró la historia, son los siete kilómetros que separan las casas de Andrea y Sebas. Ella vive en un edificio de amplias viviendas familiares en la Calle Antonio Maura, justo enfrente del Retiro. Él en un bloque para trabajadores de la EMT en la Colonia San Cristóbal, en el extremo Norte de la Castellana, justo enfrente de las cocheras de autobuses. Los siete kilómetros separan entonces las dos extracciones sociales de Andrea y Sebas (hija de notario, hijo de conductor de autobuses), que harán su mella en la relación. Pero los siete kilómetros también separan dos obras de un mismo arquitecto: ambos edificios fueron diseñados por Secundino Zuazo. La vivienda en la calle Maura fue uno de sus primeros proyectos; veinticinco años después, el bloque de la Colonia San Cristóbal supuso una de sus aportaciones más importantes a la arquitectura racionalista. Entre los veinticinco años, o entre los siete kilómetros, hay todo un crecimiento en la forma de entender la ciudad.

Tras una investigación exhaustiva en la arquitectura madrileña, Siminiani dio con estos dos edificios de Zuazo, y a partir de ellos decidió construir su narración. Como si en el crecimiento de un arquitecto pudiera localizarse el crecimiento de una relación amorosa. Encontrar el camino para conectar dos puntos como una forma de mirar al futuro desde 1959 (o al pasado desde 2022) con esperanza.


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