La ville nouvelle en “El amigo de mi amiga”

El amigo de mi amiga (L’ami de mon amie, Éric Rohmer, 1987)
La sección “Arquitectura y cine” está dedicada a indagar en las relaciones estéticas entre el cine y la arquitectura moderna y contemporánea


De entre los directores de la Nouvelle Vague francesa, Éric Rohmer fue quizá el más instruido en todas las artes. Su cinefilia ya es bien conocida: antes de dar el salto a la dirección, dejó una amplia obra como crítico y estudioso del cine, en las páginas de Cahiers du cinéma entre otros muchos medios. Pero de su pasión por otras disciplinas no suele hablarse tanto. Por ejemplo, su erudición en Literatura, materia que impartió como profesor antes de dedicarse al cine. O también su gran interés por la arquitectura y el urbanismo. Esta última faceta sale a relucir apenas se observen sus películas de ficción. No en vano, Rohmer era un adepto del rodaje en exteriores urbanos. Lo hacía sin figurantes planificados: en sus escenas callejeras, los actores y las cámaras se mezclaban con la auténtica vida de la ciudad. Además, al cineasta francés le gustaba identificar claramente las localizaciones donde transcurrían sus historias, ponerles nombres y direcciones. Lo tendríamos muy fácil si quisiéramos hacer un mapa del París de Rohmer.

La ciudad, su planificación y sus edificios ocuparon también buena parte del trabajo de Rohmer en el documental. Entre otras cosas, dirigió para la televisión una serie de cuatro capítulos sobre el fenómeno de las villes nouvelles en Francia. En los años sesenta, el gobierno del área metropolitana de París promovió la creación de ciudades planificadas en nuevas áreas suburbiales. En 1975, Rohmer salió a filmar esas ciudades recién nacidas y a entrevistar a sus responsables. La primera entrega, Enfance d’une ville, la dedicó a diseccionar una de esas aglomeraciones planificadas: Cergy-Pontoise. Una nueva villa que intervino sobre quince municipios preexistentes, conectándolos y creando nuevos núcleos urbanos. Era la oportunidad de crear lo que entonces se consideraba la ciudad ideal. A saber: edificios de oficinas y apartamentos (a base de cristal, acero y hormigón armado), intercalados por plazas y parques, áreas de tiendas y un gran centro comercial, teatros y cines, restaurantes, áreas recreativas… y un enorme lago artificial en el centro de la aglomeración. Todo ello en un espacio compacto, y separando pulcramente las circulaciones peatonales y vehiculares.

Además de su retrato de la ville nouvelle, lo interesante de Enfance d’une ville es que plantó una semilla para un posterior largo de ficción. Doce años después, en 1987, Rohmer volvió a Cergy-Pontoise para rodar una de sus películas más recordadas: El amigo de mi amiga (L’ami de mon amie). La película es un buen compendio de los intereses artísticos de Rohmer. Por un lado, su relato de enredos amorosos remite a la comedia del siglo XVIII, a la obra de autores teatrales como Marivaux (gran fuente de inspiración para el cineasta). Por otro lado, su ambientación en Cergy-Pontoise está lejos de ser anecdótica. La manera en que los personajes interactúan con su arquitectura y recorren sus trazados urbanos es, precisamente, lo que define la trama. Ya desde los mismos créditos de apertura lo tenemos muy marcado:

Como se ve, Rohmer despliega un dramatis personae a la manera del teatro, presentando a los cinco implicados en el enredo amoroso. Pero antes de mostrar a cada uno de los personajes/actores, inserta un plano del edificio donde trabajan o estudian en Cergy-Pontoise. El recurso no nos dice algo íntimo sobre los personajes, sino algo coyuntural, porque Rohmer no los está describiendo a ellos tanto como está describiendo a la villa. Dándonos un primer vistazo de su planificación, de su integración del negocio, el ocio, la formación y los servicios públicos; de sus calles abiertas y sus plazas amplias; de sus arquitecturas atrevidas que crean puntos de referencia visuales. La descripción nos muestra a personajes adscritos al espacio compacto de la ville nouvelle, concebido para que puedan vivir el día a día sin salir de sus límites. La idea, entonces, es que lo que esos caracteres van a ser tendrá mucho que ver con lo que es Cergy-Pontoise.

Para observar cómo la cuidadosa planificación de la villa determina el sentido de dichos personajes, basta observar estos dos planos en lo que Blanche y Léa, las dos mujeres protagonistas, pasean tras haberse hecho amigas por un encuentro casual:

Con un simple corte y giro de 180 grados de la cámara, Rohmer traza la perfecta línea recta que conduce las rutinas. La línea que va de la estación (reconocible al fondo del primer fotograma por su enorme reloj) al Belvedere Saint Christophe de Ricardo Bofill (reconocible al fondo del segundo fotograma por su obelisco). Dos hitos arquitectónicos que conectan una de las arterias de Cergy-Pontoise. Además, si continuáramos esa línea recta, llegaríamos a la île des loisirs, un gran parque con un lago artificial situado al otro lado del río que rodea la ciudad, y que tendrá una importancia capital en el relato. Una vista desde el apartamento de Blanche nos muestra esta continuación de la recta:

Y la relación entre Blanche y Léa, de tener una forma geométrica, sería la de la línea recta: las dos mujeres se conocen y se aprecian con una naturalidad total, como si imitaran la claridad de esa arteria urbana.

En otras ocasiones, la trama se intrinca y con ella los movimientos de los personajes por las calles. Por ejemplo, en esta escena en la que Blanche ve de lejos a Alexandre, el hombre que le gusta, y trata de fingir un encuentro casual:

En la escena se conjugan los dos aspectos esenciales de Cergy-Pontoise como escenario de enredo romántico. Uno, su tamaño reducido y su organización de los flujos urbanos que permiten que los personajes no dejen de toparse los unos con los otros. El otro, la continuidad espacial de sus calles peatonales, amplias y a menudo concebidas para crear continuidad con los interiores. Sobre este escenario, Blanche puede aprovechar algunos elementos arquitectónicos para ocultarse y buscar el lugar propicio para fingir el encuentro. Lo cual es un buen ejemplo de cómo llevar un movimiento que es pura comedia teatral a una localización real.

Los personajes están en continua transición, ya sea vital, amorosa o en su sentido más literal: siempre están moviéndose de un sitio a otro en Cergy-Pontoise. Y en semejante estado de transición, están abiertos de par en par a lo que venga. Blanche vive en el edificio de viviendas ubicado en el Belvedere de Bofill, y en ese interior encontramos algunos de los planos que mejor la definen:

Es decir: una mujer que vive en un piso que casi parece un hotel, blanco como un lienzo por llenar. Un piso cuyos ventanales se abren de par en par al exterior, a las vistas de unos jardines en los que ni siquiera ha crecido la hierba. Blanche, aquí, aparece completamente definida por la arquitectura que la envuelve.

En el documental Enfance d’une ville, Rohmer entrevistó al director de desarrollo de Cergy-Pontoise, quien mostraba a cámara el plano del (entonces) futuro centro urbano:

“La idea es muy simple. Un pueblo en forma de herradura cuyo centro será el lago construido. 500 hectáreas de parque que cualquier habitante tendrá a pocos minutos”. Si observamos el plano en esa imagen, podemos identificar encima y a la derecha del lago, situado dentro del meandro del río, los dos núcleos urbanos por los que se mueven los personajes de El amigo de mi amiga. La planificación dirigida estableció ese lago como centro urbano, y, en perfecta correlación, Rohmer lo establece como centro dramático de la película. En ambos casos hay un equilibrio entre opuestos. En la ciudad, las calles y los edificios cuidadosamente dispuestos se estructuran en torno a un centro “vacío”, natural aun dentro de su artificialidad. En el relato, la sensación de control y planificación que esas calles y edificios puedan dar a los personajes se derrumban por completo cuando Blanche y Fabien protagonicen allí el punto álgido de la comedia romántica: el momento en el que estallan sus sentimientos mutuos.

Esto es, Rohmer cartografía una trama romántica en el trazado de una ciudad planificada, pero termina por encontrar el corazón de la misma en el único espacio que enfrenta a los personajes a la naturaleza sin pretextos. Blanche y Fabien tienen que olvidarse de la ciudad (de su pequeño mundo) para encontrarse de verdad… aunque ese encuentro apartado de la ciudad no deje de ser, paradójicamente, un encuentro planificado por la ciudad.

Al final de Enfance d’une ville, uno de los urbanistas de Cergy-Pontoise lanza esta reflexión: “Una ville nouvelle no tiene historia. Tiene un plan urbanístico, pero no tiene historia. Desafortunadamente es así, no hay nada que podamos hacer al respecto. El técnico urbanista sustituye a la historia. Tiene que hacerlo de manera que no se invente la historia de la ciudad, pero que asegura que se intercala su visión como urbanista con aquello que hace la historia, es decir, con la vida de las personas”.

En los doce años que pasaron del documental a la ficción, Rohmer esperó pacientemente a que la aglomeración urbana terminara de desarrollarse para aportarle, precisamente, una parte de su historia. Aprendió a observar cómo una estructura urbanística podía convertirse en una estructura narrativa.

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