Orgullo LGTBI y espacio público

En la madrugada del 28 de Junio de 1969, tuvo lugar una de las habituales redadas en un pequeño bar llamado Stonewall en el barrio neoyorkino de Greenwich Village. Sin embargo, esta vez, la clientela del bar respondió. Liderados por las mujeres trans y lxs jovenes queer racializados, la comunidad decidió luchar contra la opresión y reivindicar su derecho a existir. En un barrio donde la omnipresente cuadrícula de Manhattan todavía no había impuesto su poder racionalizador, los revolucionarios tenían la ventaja de conocer como la palma de su mano los callejones, lo que les permitió esquivar a las fuerzas policiales con eficacia y poder mantener la resistencia activa durante toda la noche. Este fue un acto de reclamación del territorio que cotidianamente ocupaban pero del que estaban excluidos en términos representativos. Los cuerpos queer enfrentados a la policía reclamaban su derecho a ser visibles más allá del límite de lo privado, de convertirse en un sujeto legítimo en el espacio público compartido, en definitiva, la posibilidad de ser libres.

Este acto de resistencia y de apropiación del espacio público, a pesar de ser recibido con sorna por parte de los medios de comunicación de la época, se convirtió en un símbolo para las incipientes luchas LGTBI, marcando el camino hacia el futuro y relacionándolas con la reclamación del espacio de la ciudad. Un año después, en 1970, la conmemoración de la revuelta se convirtió en la primera manifestación del Orgullo LGTBI de la historia. Según los testimonios de sus organizadores, al principio de la marcha, el temor y la incertidumbre eran los sentimientos predominantes entre los participantes. Sin embargo, a medida que iba avanzando la marcha por la Quinta Avenida, el temor se fue transformando en alegría. La gente se unía a la fiesta, en un ambiente de celebración de la libertad que conectaba con los movimientos sociales de la época, marcados por las luchas a favor de la libertad sexual, la liberación de las mujeres y los derechos de las minorías raciales. La manifestación acabó en Central Park. El espacio de disfrute y de relajación por excelencia de la ciudad, donde estaban vetadas las expresiones de afecto no normativas, pasó a ser un lugar donde las reglas de la sociedad heteronormativa quedaron sin efecto por unas horas. El Parque pasó a ser un lugar para todxs, un espacio utópico para ensayar una cultura de la tolerancia y la inclusión. 

Desde entonces, cada año, este ejercicio de reivindicación del espacio público se repite, no sólo en Nueva York sino a lo largo y ancho del mundo. En España, lo hacemos recordando la historia oscura de nuestro pasado, cuando ser homosexual o transexual significaba no sólo la exclusión del espacio público sino incluso la carcel o el ingreso psiquiatrico. Recordamos a los pionerxs que, como el artista Ocaña, comenzaron a resquebrajar la normatividad del espacio público con sus performances callejeras, o como el artista cordobés Pepe Espaliu, cuya acción “carrying” puso en el centro del espacio público su cuerpo vulnerable enfermo de sida. Y es que la celebración del Orgullo LGTBI significa precisamente eso, que nuestros cuerpos vulnerables por un día puedan salir a la calle a imaginar un mundo libre de opresiones y una comunidad donde nos apoyemos unos a otros para seguir avanzando. ¡Que siga celebrándose por muchos años!

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