“La ciudad tiene que dejar de imponerle sus modelos al campo”: Entrevista a Jorge López Conde
Conversaciones sobre reto demográfico (I)
Jorge López Conde es arquitecto e investigador, desde la bioeconomía circular al reto demográfico. Con su trabajo intenta anticiparse al futuro que se está intentando diseñar desde Europa, al abrigo de la Nueva Bauhaus Europea, y que pasa por revalorizar el entorno rural para ponerlo en el centro del debate. Actualmente es jefe de desarrollo en la Alianza Europea de Clusters y experto en arquitectura, tecnología y despoblación en la Fundación COTEC para la Innovación. Además, ha desarrollado dos proyectos muy estimulantes asociados: el Observatorio de la Despoblación y la exposición “La ciudad del futuro: De la huerta a la mesa”, que explora la comida como principal fuente de (re)vinculación entre lo urbano y lo rural. En esta entrevista, con la que abrimos una serie de conversaciones sobre despoblación y reto demográfico promovidas por nuestro NEB Meeting Point Sur+, hablamos de su trabajo y sus motivaciones personales.
¿Por qué has decidido poner el foco de tu investigación en el despoblamiento? ¿Hay una motivación personal detrás?
Todo es personal, obviamente. Yo soy nieto e hijo de la despoblación. Me crié con mis padres en Boltaña, un pueblo del Pirineo en Huesca. Viví allí hasta los 12 años, y ya entonces (hablamos de los ochenta) era una zona despoblada que rondaría los 600 o 700 habitantes. El cambio de modelo económico del país nos afectó. Mi padre, que era arquitecto, tuvo que bajar a trabajar a Zaragoza y nos mudamos toda la familia. Luego yo estudié en Madrid y ya llevo 24 años allí, pero Boltaña nunca ha dejado de ser mi casa, mi lugar de protección. Hasta que con la pandemia decidí volver. Para que os hagáis una idea de lo disruptivo que ha sido el covid para mí: yo estuve cinco años trabajando en una fundación de arquitectura, hasta que un jueves se decretó el confinamiento, nos mandaron a todos a casa… y el lunes siguiente estábamos despedidos. De pronto me vi teniendo que volver a encontrar mi lugar. Tras pensarlo, decidí seguir por la investigación y su aplicación en pilotos, prototipos o demostradores, que es lo que siempre me ha apasionado. De todos los proyectos que hemos comenzado, me centro en dos. Uno es el futuro de la alimentación desde el punto de vista de la ciudad, investigar cómo se han construido las ciudades alrededor del alimento, y de ahí surge la exposición “La ciudad del futuro: De la huerta a la mesa”. El otro es la despoblación, y eso es lo que me revinculó con Boltaña laboralmente.
¿A qué te refieres con que eres hijo y también nieto de la despoblación?
A que mi familia ha pasado por las historias de despoblación desde muchos puntos de vista. Si nos remontamos a mi abuelo, él se mudó a Boltaña para trabajar como veterinario en los años cincuenta. Por aquel entonces era el partido veterinario con más cabezas de ganado de todo Aragón. Hasta que llegó la descomposición del modelo rural-agrario. En 1959 el gobierno de Franco (obedeciendo a una tendencia global) aprobó un cambio de sistema económico por el cual se concentraba la industrialización en determinados sectores. En el caso de Boltaña, se decidió que ese valle se convirtiera en una reserva de agua y bosques… y eso acabó al poco tiempo con las cabezas de ganado y con esa forma de vida. Mis otros abuelos se fueron a vivir a Bilbao en busca de trabajo, y mi padre, habiendo nacido en Boltaña pero sin haber vivido nunca, se mudó allí en cuanto terminó la carrera. Y él mismo tuvo que volver a irse por motivos laborales.
¿Crees que para la Nueva Bauhaus Europea la cuestión del reto demográfico es importante?
Es central. Justo cuando yo empecé esos proyectos sobre alimentación y despoblación, la presidenta Ursula von Der Leyen la anunció. En realidad ella ha planteado dos grandes iniciativas, que son la Nueva Bauhaus Europea y la visión a largo plazo de las áreas rurales, pero para mí son lo mismo. Digamos que la Nueva Bauhaus asume la tarea de construir prototipos para el nuevo pacto verde (New European Green Deal), acelerar ese proceso de cambio poniendo en el centro del debate político a arquitectos y diseñadores. Y por otro lado, digamos que esa visión a largo plazo de las zonas rurales pretende reaccionar a siglos (cinco en el caso español) de fenómenos de despoblación rural, que más allá del cambio de modelo económico han afectado a nuestro sentimiento de pertenencia. El auge de los populismos tiene mucho que ver con el enfrentamiento entre lo rural y las ciudades que se ha generado. Y la Comisión Europea se ha dado cuenta, lo considera un problema grave y quiere evitarlo.
¿De alguna manera Europa está revalorizando lo rural?
Sí, y ahí es donde la visión a largo plazo de las zonas rurales se conecta con la Nueva Bauhaus Europea. Por simplificarlo mucho, la UE nos está diciendo que lo que hacíamos hace cien años en el mundo rural estaba bien. Que hay que hacer lo mismo, pero con tecnologías actuales, para recuperar un equilibrio con el planeta y la gestión de sus recursos. Se da entonces la paradoja de que esas áreas rurales que han estado abandonadas de pronto son un modelo de cómo tenemos que construir nuestro futuro. Están en el centro del debate y además se va a poner mucho dinero en ellas para asegurar su supervivencia. Si perdemos nuestro origen, lo perdemos todo.
¿Cómo surge tu Observatorio de la Despoblación?
Básicamente como una forma de introducir tecnología en la investigación sobre despoblación. Aplicando una red neuronal: un estudio pionero en introducir, categorizar y clasificar, de manera cualitativa y cuantitativa, todo el conocimiento en la materia.
¿En qué consiste esa red neuronal?
Es un modelo que emula y mejora la manera en que procesa la información el cerebro humano, y que nos proporciona una especie de base de datos. Lo que hicimos fue introducir más de 3.500 documentos relacionados, que podían ir de noticias en una radio a estudios de la Cátedra de Despoblación de la Universidad de Zaragoza. La red neuronal escanea esos documentos, hace un análisis y genera unas categorías cualitativas y cuantitativas. Esas categorías las transforma en nodos de conocimiento que aglutinan y clasifican las problemáticas de la despoblación. A partir de esos nodos, hace una búsqueda por los miles de millones de archivos que hay por la red en todo el mundo. De todos ellos selecciona 18.000. Y en esos 18.000 archivos detecta una serie de narrativas sobre la despoblación, que nosotros hemos condensado y resumido en doce.
Que son…
Está más desarrollado en el Observatorio, pero os cuento cada una en titulares. La primera es que lo rural es una oportunidad. La segunda que en lo rural se avanza a través de la sostenibilidad. La tercera es que es un sistema independiente en lo político. La cuarta es que hay un impulso institucional para intentar revertir esa independencia. Con lo cual, la quinta es que lo rural es político. La sexta dice que hay una resistencia al cambio de las comunidades rurales. La séptima es que el sector rural lidera la cadena alimentaria: el sector primario se sostiene exclusivamente por lo rural. La octava es que lo rural ha generado una imagen aspiracional, una imagen romántica. La novena (y esta confirma mi intuición personal) dice que la innovación arquitectónica por venir está en lo rural. La décima dice que se está creando la llamada “ciudad rural”, esto es, que el campo está construyendo redes y se está interconectando para crear nuevas capas de futuros. La undécima es que hay que trabajar sobre las nuevas generaciones. Y la duodécima identifica el fenómeno de las ecoaldeas circulares, formas de vida alternativas que se generaron en los sesenta y setenta, cuando entendimos que el planeta era finito y la guerra nuclear nos podía llevar a la autodestrucción. Esas formas de vida las hemos estudiado y tomado como modelo.
¿Qué os aporta el haber identificado estas narrativas?
Al partir de una metodología tan estructurada y aglutinadora, nos permiten superar sesgos cognitivos sobre la despoblación. Las doce narrativas dicen, en general, obviedades que ya conocemos. Pero están ordenadas cuantitativa y cualitativamente por prioridades. Además del orden, nos ayudan a entender el ecosistema. Y a las instituciones y los políticos les ofrece un marco de trabajo fuera de los sesgos, a veces muy brutales, que se suelen usar para hablar de despoblación. A nosotros lo que nos da es un marco teórico. Es decir, nos dice cómo están las cosas, y a partir de ahí, como arquitectos, vamos a proponer soluciones y herramientas.
¿Cómo las proponéis?
Ahí entra lo que llamamos el mapa de unicornios rurales. Es una selección de proyectos, que dividimos en diez categorías: energía,agua, infraestructura, nuevas economías, alimentación, hábitat, economía circular, construcción, educación y agricultura. Hemos seleccionado doscientos después de investigar más de 1.500 proyectos españoles: veinte por cada categoría. Nuestra visión es que esos proyectos creen un ecosistema de soluciones para el medio rural. Así que cuando nos sentamos a la mesa con distintas instituciones, sean regionales o europeas, ya podemos llevar proyectos replicables, ideas demostradoras que sabemos que han funcionado en otros contextos. Lo que llamaríamos un urbanismo del siglo XXI.
¿Puedes darnos algún ejemplo de unicornio rural?
Uno muy sencillo es Zona Zero, que es un proyecto del Sobrarbe, la comarca donde se encuentra Boltaña. Es una asociación de aficionados a la bicicleta de montaña que llevan quince años rehabilitando caminos que se estaban perdiendo porque no había gestión forestal ni ganadería. Estamos hablando de cientos de kilómetros de caminos recuperados, que ahora pueden disfrutar ciclistas y paseantes. Se ha convertido en un caso de estudio internacional y, por ejemplo, a Álvaro Calleja le gustó tanto que lo ha replicado en la Montaña Central de León llamándolo Zona Alfa.
También ofrece un modelo más sostenible para el turismo rural.
Sí, y en el caso del Sobrarbe le da la vuelta a su relación con el turismo. Porque resulta que es el único valle del Pirineo aragonés que no tiene estación de esquí. Algo que en épocas más desarrollistas fue un problema y lo empujó al aislamiento, pero que ahora es una ventaja. Porque la zona está más preparada para estos nuevos modelos de turismo sostenible que Europa está impulsando.
¿Por dónde estás llevando ahora todo ese conocimiento adquirido del Observatorio de la Despoblación?
He liderado un proyecto europeo del Gobierno de Aragón y la Junta de Extremadura que se llama Territorios NEB 174 como Laboratorios. Está planteado como un sandbox. Es decir, un arenero de pruebas legislativo en el que se crea un marco normativo transversal para que puedas probar soluciones y nuevos modelos de formas de vida. Ese proyecto lo he seguido desarrollando durante este año en otras escalas y con otros socios. Ahora mismo estamos experimentando alrededor de la cadena de custodia/valor de la madera, con ecosistemas de construcción en madera, artesanía, nuevas formas de gestión forestal, energía de la biomasa… Y hemos recibido apoyo del MITECO para poner en marcha otra experiencia de sandbox en Boltaña. Será un hub de innovación en bioeconomía social, planteando el territorio del Sobrarbe como un laboratorio, para encontrar nuevos modelos de gestión del territorio que puedan crear nuevas formas de vida sostenibles, siguiendo los pasos del concepto de Zona Zero y ampliándolo.
Tú que lo vives tan de cerca, ¿qué papel te parece que está jugando la Nueva Bauhaus para configurar las nuevas políticas europeas?
Tengamos en cuenta que la Nueva Bauhaus Europea es un trabajo en progreso. Nadie, ni sus promotores, sabe hacia dónde va. Eso para mí es una ventaja. Porque digamos que lo que hace Von der Leyen al crear la Nueva Bauhaus es asumir los objetivos de desarrollo sostenible como la base de su proyecto y buscar modelos que sirvan para alcanzarlos. En eso estamos ahora, en encontrar los prototipos que nos sirvan para toda Europa, que se puedan replicar y escalar en distintos contextos. Que es como yo también trabajo, como os comentaba al respecto de los unicornios rurales: estudiar, investigar, conocer y aprender de los mejores ejemplos, y después intentar adaptarlos y aplicarlos desde la co-creación y con la arquitectura como disciplina.
Hablabas antes del enfrentamiento campo-ciudad como un eje problemático de la política actual. ¿Cómo se puede trabajar en reconectar ambos?
En la Comunidad de Madrid hay un caso muy interesante, que es el Agrolab del IMIDRA (Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario). Organiza unos laboratorios agrarios para acercar la ciudad a lo rural. Para la exposición “De la huerta a la mesa”, visité y compartí la experiencia del Agrolab del Jaral de la Mira, una finca privada que estaba en los antiguos terrenos del Monasterio del Escorial. Los dueños, la familia Sandoval, que tienen un restaurante con dos estrellas Michelín, han creado una huerta ecológica con el IMIDRA en la que trabajan personas en riesgo de exclusión o jóvenes. Aprenden a cultivar en ecológico una huerta y además lo hacen con semillas que están en riesgo de desaparición; y a partir de esos cultivos crean un menú para el restaurante. Esa es una manera de revincular el campo y la ciudad, porque toca algo tan básico como la comida ecológica, la historia, el origen, y también la sostenibilidad. Se trata de alimentar a la ciudad de manera sostenible y en kilómetro cero. Otro ejemplo: en Granada, el patronato de la Alhambra ha puesto en valor la dehesa del Generalife, creando terrenos de cultivo, recuperando además las técnicas y productos de la época nazarí. Es un modelo porque conecta o reconecta muchas cosas: economía, patrimonio, urbanismo, alimentación… y la pata social: todo lo producido es donado a fundaciones de la ciudad.
Se habla mucho en los últimos años de la vuelta al campo desde las ciudades, pero… ¿Corremos el riesgo de que se convierta en un proyecto elitista?
Es que a menudo lo es. Lo es y quien lo hace está en unas posiciones de dominio que fagocitan muchas cosas. Yo mismo lo he hecho. Tengo la posibilidad, dado mi trabajo actual, de poder vivir en Boltaña. Un ejemplo que parece tonto en la vida diaria, pero es muy significativo: las quejas de olores y animales. Los turistas o nuevos vecinos se quejan de que las vacas estén en el pueblo, caguen y dejen el olor. He trabajado con más de cincuenta alcaldes estos dos años y casi todos dicen que han tenido quejas de este estilo o vinculadas a las mascotas y su gestión, desde las plagas de gatos a la gestión de los perros. ¿Y qué hacemos, quitamos las vacas? ¿O dejamos de aprovechar sus excrementos para hacer crecer los tomates? En el fondo aquí hay un problema doble. Por un lado, que el covid y el confinamiento nos han hecho detectar que estábamos mejor en el campo, más seguros, más saludables y más en equilibrio con nosotros mismos. Pero, por otro lado, estamos muy desconectados del campo y eso es algo que viene de bastantes generaciones atrás. No sabemos cosas tan básicas como cuándo se plantan los tomates, cómo podemos reciclar el aceite usado para convertirlo en jabón, cómo se mantiene en equilibrio un ecosistema con la caza y la pesca… Eso es lo que está detrás de que luego volvamos al campo y nos quejemos de que huele. La Nueva Bauhaus habla mucho de sostenibilidad y economía circular, y es que lo rural es sostenibilidad y circularidad. Es lo que hacían nuestros abuelos hace cien años y de donde venimos todos. Como señalaba antes, eso es lo que dice ahora la UE. Y nos dice que tenemos que acabar con estas dinámicas colonizadoras, que la ciudad tiene que dejar de imponerle sus modelos al campo. Por ejemplo, es muy significativo que las universidades estén todas en ciudades. ¿Qué universidad es esa? Necesitamos otros modelos, como el del Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña, que intenta crear laboratorios en contextos rurales para aprender de ellos.
¿Viene un cambio de modelo?
Es difícil decirlo. Normalmente un cambio de modelo de esta envergadura necesita de varias generaciones. Pero es que no tenemos tanto tiempo. O cambiamos o este mundo se nos acaba. Tampoco creo que vayan a desaparecer las ciudades, ni que todos vayamos a volver a vivir en pequeñas comunidades. Eso sería perder todo lo que nos ha dado esta conexión global que hemos construido. Lo veo en mi propio caso, que es una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Yo necesito volver a mi pueblo y pasar allí temporadas: estoy mejor conmigo mismo, con mi trabajo, me relaciono con el contexto natural… Pero tengo la necesidad de salir de allí y estar en Madrid otras temporadas. Quizá los nuevos modelos de vida vayan por ahí: personas en tránsito, co-living, etc. Pero siempre en equilibrio, manteniendo lo existente y defendiendo a quienes quieran estar fijos. Lo que está claro es que vivimos un momento de transición muy fuerte y tenemos que explorar nuevas relaciones con la dieta, la casa y la tierra. Teniendo muy claro y siendo conscientes de los consumos que producimos, la huella, y siendo y teniendo vidas positivas, no net zero. Para tener ese empoderamiento, es fundamental conocer muchas cosas que se están perdiendo, desde los calendarios de plantación a los materiales constructivos que se producían en estos lugares, a la gestión de los residuos, del tiempo, y sobre todo, de la cultura, que al final, es etimológicamente similar al cultivo. Cultivarnos de nuevo en equilibrio con nuestro origen para dar forma a una ciudad que pueda digerirse.
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