“El fachadismo termina por expulsar a los ciudadanos”: Entrevista a Graziella Trovato

Hace unos meses, hablamos en este blog sobre el fachadismo, una actitud de “postureo” aplicada a la salvaguarda del patrimonio. Básicamente, consiste en conservar solo la fachada exterior de una obra de valor arquitectónico o cultural para construir detrás de ella un edificio totalmente nuevo. Es decir, ponerle una máscara patrimonial a una nueva construcción. Como consideramos que es una práctica habitual que influye de forma decisiva en la propia noción de preservación del patrimonio, hemos querido seguir ahondando en el tema. Para ello contactamos con Graziella Trovato, doctora arquitecta y profesora de la Universidad Politécnica de Madrid. Entre otras publicaciones, cuenta con el libro Des-velos. Autonomía de la envolvente en la arquitectura contemporánea, publicado en la editorial Akal. Está dedicado al estudio de la fachada como la máscara de la arquitectura y dedica algunas de sus páginas precisamente al fenómeno del fachadismo. Además, Trovato ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre patrimonio. Uno de ellos, TRAHERE (TRAin HEritage REuse), ha versado sobre la reutilización del patrimonio ferroviario. Y de él ha derivado una exposición comisariada por Trovato en CentroCentro: “Entre río y raíles”, que invita a reflexionar sobre el impacto de la industrialización y de su declive en Madrid a lo largo del Pasillo Verde Ferroviario, donde en la era pre-industrial se situaban las terrazas fluviales del Manzanares. Esta reciente experiencia le ha permitido no solo identificar estrategias como el fachadismo, sino abordar sus posibles soluciones. Principalmente, el reúso del patrimonio contando con la participación ciudadana. De todas esas cuestiones, muy relevantes para nuestro proyecto ARCA, hablamos en la entrevista.


Sabemos que tu interés por la fachada en la arquitectura se remonta a tu tesis doctoral [de la que el libro Des-velos es una adaptación]. ¿Con qué idea de la fachada empezaste a trabajar?

Pues creo que no es casualidad que siendo italiana escogiera este tema, porque la palabra fachada viene de Italia. De cuando, durante el Renacimiento, el latinismo facies (“cara”) se adopta como facciata en la arquitectura. Esa fue la idea que exploré en la tesis. La visión frontal del cuerpo humano y de la arquitectura como escaparate o máscara social que se presenta de forma articulada. Además, hice la tesis antes de la crisis de 2008, en un momento boyante en el que la arquitectura apostaba muchísimo por la seducción de las pieles carísimas, de los vestidos ostentosos. Más en España, que es donde nació el “efecto Guggenheim” que se extendió por todo el mundo.

¿Qué ideas sobre la fachada predominaban entonces?

En aquellos años se hablaba mucho sobre las pieles electrónicas y la interfaz. Entonces, algo que yo investigué fue el paso de la fachada de concepción renacentista, esa máscara social que reflejaba la importancia de su propietario, al concepto de interfaz: algo más cercano a la piel del edificio como una extensión de su cuerpo. Que se adaptara y reaccionara a las necesidades de ese cuerpo, y por tanto también a las del cuerpo humano. Todo eso se abría al campo de la domótica. Toyo Ito fue quien expresó de una forma más poética todos esos conceptos. Su obra clave en ese sentido, que es la Mediateca de Sendai, refleja al mismo tiempo los límites de esa visión. Porque es un edificio que, a pesar de que él lo explica de la arquitectura líquida y su metáfora en esos grandes tubos en los que se encapsulan las instalaciones… lo que tenemos realmente es una masa pesadísima, nada ligera a pesar de ser transparente. Es decir, que las investigaciones sobre la interfaz acabaron más bien reducidas a efectos espectaculares que a cuestiones de domótica o ahorro energético.

Desde aquel momento de boom económico y ostentosidad hasta ahora, ¿cómo ha cambiado la forma de entender la fachada?

Con la crisis económica ha habido una vuelta a, digamos, lo manual. Lo interesante ahora está en arquitectos como Anna Heringer, Anupama Kundoo o Francis Kéré, que están investigando en técnicas casi primitivas pero readaptadas, y que sí que contribuyen al ahorro energético. Pero la contrapartida, y con esto llegamos al problema del fachadismo, es que tenemos a grandes empresas y constructoras que, con la coartada de la reforma energética, están haciendo mucho daño al patrimonio. En Madrid, que es lo que mejor conozco, ya es raro que se opte por conservar un edificio en lugar de demolerlo. Y cuando se llegan a conservar, se limitan a su envoltorio mientras que por dentro se vacían para ganar edificabilidad. Estoy escribiendo sobre un caso muy claro, que es la antigua sede de Standard Eléctrica en Delicias, ahora propiedad de Amazon. Pues bien, para hacerse allí sus nuevas oficinas corporativas, Amazon ha desvirtuado por completo el edificio. Aparte de vaciarlo, han revestido la mitad con un muro cortina que impide leer la unidad de composición. Y los medios se han prestado a venderlo como un ejemplo de sostenibilidad. Si consiguen hacer cosas así en edificios que son claramente representativos, qué no podrán hacer, por ejemplo, con cosas más humildes pero que también tienen su valor, como muchos conjuntos de viviendas racionalistas. 

En ARCA tenemos la misma preocupación. Bajo la excusa de la eficiencia energética y de la sostenibilidad, se está sacrificando mucho patrimonio. Y todo esto revierte sobre los habitantes que pasean, transitan y viven en una ciudad en la que progresivamente se van vaciando edificios para dejar el patrimonio solo en la fachada. ¿Cómo crees que afecta esto a la relación arquitectura-ciudadanía?

Mucho, porque lo que ocurre dentro de esas máscaras de los edificios es más importante de lo que parece. Tenemos un ejemplo muy claro en algo sobre lo que están trabajando varias asociaciones de vecinos en el barrio de Arganzuela: unas macrococinas que se han instalado en varios edificios de manera oculta, y desde las que se distribuye comida a restaurantes del resto de la ciudad. Su actividad directa es imperceptible desde el exterior y no hay ninguna planificación urbana que la regule. Pero sus efectos sí se hacen notar. Cómo afectan los humos a la calidad del aire que respiran los vecinos, cómo aumenta el tráfico y el número de vehículos aparcados por la actividad de los distribuidores… El aumento de la edificabilidad, que como decía antes suele ser el objetivo del fachadismo, afecta a los barrios inevitablemente. Más edificabilidad significa más coches, también más personas, para las que puede que no haya suficientes equipamientos. También se traduce en algo que, por tópico que suene ya, es muy real: la gentrificación. En muchos barrios, incluido el mío que es Chamberí, vemos que los edificios residenciales destinados a una burguesía media están dando paso a pisos de lujo. Está bajando el espacio residencial más modesto, a la vez que esa burguesía media va perdiendo su importancia en el tejido social. Al final, todo esto nos lleva a que se está expulsando a los ciudadanos.

Trovato explica la exposición “Entre río y raíles”

¿Pueden frenarse estas tendencias fomentando el interés por el patrimonio entre la ciudadanía?

Sí, y creo que ya hay más interés de lo que pueda parecer. Yo siempre he trabajado, con mis reflexiones sobre la fachada y demás, a un nivel más teórico, académico. Pero esa investigación tiene que llegar también a la ciudadanía. Eso es lo que he querido hacer con la exposición “Entre río y raíles”, que es el fruto de convertir un libro de 500 páginas en algo visitable para la gente, que cualquiera pudiera entender: mostrar el pasado de la infraestructura ferroviaria de Madrid Río mediante documentación histórica, cómo eran esas terrazas del Manzanares, y cómo pueden ser en el futuro. He comprobado que la gente iba con mucho interés y cariño, y que eso crece enormemente a poco que les expliques las cosas. Y que el conocimiento que generas desde la investigación se lo puedes dar a los vecinos y el tejido asociativo como un material que les sirve para luchar por su patrimonio. Son semillas que vas plantando.

Nos interesa mucho esa idea. También creemos que a la gente no tiene que venir nadie “de arriba” a explicarle que hay problemas urbanísticos y que están afectando a su calidad de vida. Ya lo saben, solo necesitan las herramientas que sí tiene la academia para darles esa capacidad de acción. En este sentido, otro problema que identificamos es la visión turística del patrimonio. Es decir, el vendérnoslo como un recurso solo para mirar y no para experimentarlo. Si asumimos esa visión es difícil hacer llegar que el patrimonio puede ser también habitado, que puede haber patrimonio reciente, que no tiene por qué ser monumental, que puede tener valores arquitectónicos contemporáneos… Por ejemplo, eso que comentabas de que un conjunto de viviendas racionalista puede ser patrimonio. ¿Cómo podemos transmitir mejor esta idea de que el patrimonio también puede ser incorporado en la rutina, transitado y vivido?

Aparte de las acciones para difundir la investigación como la que comentaba de “Entre río y raíles”, hay un concepto que yo defiendo mucho. El reúso. Antes, el patrimonio se abordaba desde la restauración, rehabilitación, consolidación, etc. Es decir, toda una serie de conceptos que implican a técnicos de diferentes especializaciones, ya sean arquitectos, químicos o arqueólogos. El reúso propone lo contrario: es de todos. Se trata de volver a utilizar equipamientos, darles una nueva vida, casi sin tocarlos. Lo justo para mantenerlos y poco más. Yo lo asocio a otro concepto muy en boga que es el de postproducción. Nicolas Bourriaud, por ejemplo, lo ha aplicado al arte. Defiende que vivimos en una época en la que ya hemos producido demasiado. Por tanto, lo que hay que hacer es postproducir lo que ya tenemos. Si hay un edificio vacío en un barrio, nosotros como investigadores debemos señalarlo e intentar que no se quede así, como una cosa misteriosa que no puede ni visitarse. De modo que los vecinos puedan reivindicar su uso para darle una nueva vida. La ventaja, además, es que este tipo de intervenciones no son muy caras y, al no alterar apenas el diseño, no condicionan el uso. Así, con el tiempo pueden adaptarse a distintas situaciones y necesidades.

Como complemento a la acción ciudadana, ¿qué puede hacerse mejor desde las instituciones políticas para reactivar el patrimonio?

Contribuir a darle vida. Sobre todo colaborando con organismos culturales, universidades y otras instituciones para crear juntos programaciones que acerquen el patrimonio a la vida de la ciudadanía. Pienso en el Archivo Regional que tenemos en Madrid, que es un edificio fantástico, la antigua fábrica de cervezas de El Águila reformada por Mansilla y Tuñón. La tenemos ahí, pero se ha quedado un poco descolgada, como fuera del circuito. Falta darle una afluencia, y eso se consigue pensando muy bien las programaciones culturales. En la misma línea de la afluencia, también insisto mucho en la necesidad de crear recorridos urbanos, conexiones mediante parques y paseos. La continuidad que las últimas reformas en Madrid le han dado a Plaza de España con Madrid Río ha sido brutal. Y debería extenderse al Pasillo Verde Ferroviario, que está abandonado. Si vamos acabando con las barreras infraestructurales y combinamos esa gestión urbanística con los elementos patrimoniales, crearemos una continuidad urbana que es la clave para dar vida y afluencia a los edificios.


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