Demolida la Nakagin Capsule Tower de Tokio
El icónico proyecto del arquitecto Kisho Kurokawa fue demolido el 12 de abril de 2022 tras meses de polémica e incertidumbre. Inaugurado en 1972, el edificio contaba con una estructura compuesta por 140 cápsulas dispuestas a lo largo de dos torres centrales de unos doce pisos de altura. Este innovador diseño fue concebido para ser modificado cada cierto tiempo: las cápsulas podrían intercambiarse, moverse y cambiar de orientación. Sin embargo, la falta de cuidados hizo que los mecanismos se deteriorasen de forma irreparable, de modo que la idea inicial nunca fue puesta en práctica.
Ante esta noticia, que por desgracia no es única en su especie, es inevitable plantearnos una serie de cuestiones: ¿tiene la arquitectura contemporánea una especie de obsolescencia programada que convierte a obras singulares en construcciones desfasadas cada vez con mayor rapidez? ¿Cuál es la línea que separa lo icónico de lo desechable? ¿Es acaso la antigüedad de las obras el único criterio clave para su salvaguarda? ¿Qué ocurre con el entorno construido que merece ser protegido pero no cuenta con los criterios para ser considerado patrimonio?
La destrucción sistemática de obras de arquitectura contemporánea no solamente de gran valor técnico y artístico sino también social se ha transformado en un problema que reclama atención. Los procesos de derribo y nueva construcción, además de suponer un claro ataque al patrimonio cultural, la identidad y la memoria reciente de las comunidades, reflejan peligrosamente la cultura del “usar y tirar” que amenaza a la sostenibilidad medioambiental.
Una idea fundamental relacionada con el derecho a la ciudad es la participación activa de las personas en la vida cultural y artística de las comunidades. Esto incluye, por supuesto, el campo de la arquitectura; no solo los grandes monumentos de antaño sino también las construcciones recientes. Si el patrimonio, por definición, es herencia, ¿no deberíamos ser capaces de decidir qué queremos transmitir como sociedad a la siguiente generación?
Cabe matizar que, en el caso de la Nakagin Capsule, la destrucción no será completa. Se ha propuesto que los distintos módulos sean cedidos a museos y otras instituciones interesadas. Sin embargo, es difícil estar seguros de si se trata de una solución justa. Al fin y al cabo, ¿exponer y museificar un ejemplo de construcción o forma de vida no equivale a darla ya por muerta?
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