C/ Pérez de Castro 1
Córdoba (córdoba)
1951-1952
ARQUITECTO
Rafael de La-Hoz Arderius
La Cámara de Comercio de Córdoba es un edificio entre medianeras situado en la zona noroccidental del casco histórico de la ciudad, un barrio tradicionalmente residencial que en las últimas décadas viene acogiendo cada vez más locales de uso terciario, tanto comercial como de oficinas.
El espectacular discurso compositivo de la planta surge desde la sugerente forma del solar; una especie de rectángulo que se flexiona sobre sí mismo. A partir de aquí se desarrolla el interior del edificio según una serie de escenas concatenadas por potentes líneas de fuerza materializadas en forma de prolongadas curvas elegantes y sinuosas. La tensión dinámica que se genera se ve reforzada por una segunda apuesta por lo expresionista, esta vez centrada en la elección de materiales de marcada textura para acentuar los diferentes planos arquitectónicos.
Tras acceder al edificio aparece un gran espacio diáfano con dos claras referencias; un gran mostrador (obra del escultor Jorge Oteiza) que brota del suelo en un sólo punto para señalar de forma contundente hacia la escalera principal, el segundo golpe de efecto, que se configura como remate de una gran viga que discurre por el techo en paralelo al mostrador. Pero la sensación espacial es mucho más compleja debido a la existencia de otros factores de distorsión lúdica de la realidad; el techo oscuro aparece sembrado de focos empotrados a modo de cielo estrellado, el fondo del recinto es un espejo que multiplica de manera irreal el espacio interior, el suelo de piedra artificial con dibujos toscos y enormes recuerda una calzada primitiva, etc.
En la planta primera los recursos efectistas se relajan ante los requisitos del programa funcional. La escalera semicircular sobre un fondo de paveses sigue apareciendo como elemento estrella alrededor del cual se distribuyen los espacios principales. Los intersticios que se generan se utilizan como recintos para funciones secundarias. El recorrido que impone la escalera termina en el salón de actos de la planta segunda, un espacio compacto y simétrico aunque configurado con una piel envolvente y blanda.
Pero si los espacios interiores nos recuerdan a la arquitectura formalista americana de aquellos años, y más concretamente a la figura de Eero Saarinen, la fachada aparece compuesta según estrictos criterios de simetría y centralidad que no reflejan los vertiginosos escenarios del interior, especialmente de la planta baja. La búsqueda del efecto pictórico es evidente, y queda ya anunciada por el gran marco que delinea el contorno y autoexcluye el edificio del entorno urbano, renunciando a cualquier tipo de diálogo con éste. A partir de aquí y sobre un marcado lienzo de fondo aplacado de piedra artificial, las aperturas de fachada, perfectamente perfiladas, se disponen en esa búsqueda ensimismada de la propia composición.
Texto e imágenes:
Francisco Daroca Bruño