Repositorio de Arquitectura en Córdoba

 

UNIVERSIDAD LABORALUNIVERSIDAD LABORALUNIVERSIDAD LABORALUNIVERSIDAD LABORALUNIVERSIDAD LABORALUNIVERSIDAD LABORAL

UNIVERSIDAD LABORAL DE CÓRDOBA

Ctra. A-4

Córdoba (Córdoba)

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1952-56

ARQUITECTOS:

Miguel Santos

Daniel Sánchez Puch

Francisco Robles Jiménez

Fernando Cavestany y Pardo Valcarcel

La Universidad Laboral de Córdoba se ubica a 2,5 km al este de la capital, siguiendo la Autovía Cádiz-Madrid. Se trata de un conjunto compuesto por una serie de edificios que se ordenan rígidamente a lo largo de un eje central configurado a modo de gran espacio público ajardinado. Tres edificios de aulas, de cuatro plantas de altura cada uno y compuestos en planta según un esquema en cruz, se disponen a cada lado del eje principal. La conexión entre ellos se realiza a nivel de planta baja mediante pérgolas-galería que permiten perfilar el contorno de la plataforma central. Este espacio queda cerrado en su extremo oeste por un edificio de usos comunes que actúa como fondo visual del mismo. En el extremo opuesto, y ya liberado de la rigidez geométrica general, aparece el otro hito ideológico-focal del conjunto; la iglesia y su torre.

La apuesta por la monumentalidad en esta obra aparece como evidente si consideramos el encuadre político-cultural de los años en que se construye. El proyecto de implantación de las Universidades Laborales a nivel nacional, fue ampliamente difundido por la propaganda del régimen. De ahí que el conjunto participe de los valores de monumentalidad y simbolismo propios del estilo oficial del franquismo.

Dentro de esta línea, la Universidad Laboral de Córdoba constituye uno de los ejemplos más interesantes. Se trata de una apuesta por una clasicidad interpretada según sus connotaciones de intemporalidad y universalidad. El equilibrio, la simetría, el ritmo y la proporción como instrumentos para materializar el efecto solemne y la escala monumental. En la ordenación del conjunto aparece el gran eje procesional flanqueado por edificios laterales a distancias equivalentes y rematado en ambos extremos por volúmenes singulares. En los edificios, los apilastrados, las cornisas y los grandes pórticos son resumidos a su esencia geométrica, renunciando así a cualquier mímesis lingüística que pudiera interpretarse en claves historicistas. Se trata por tanto de la clasicidad eterna que a principio de siglo reivindicaba Auguste Perret, una clasicidad capaz de adaptarse a las nuevas funciones, a la estructura de hormigón y a los valores generales del siglo XX.

Tan sólo la iglesia, en el extremo este del eje, aparece como un ejercicio de factura diferente, más cercano a la órbita de las arquitecturas de grandes gestos estructurales en hormigón (hablar de Pier Luigi Nervi sería pretencioso) que a los cánones ya anunciados de la clasicidad perretiana.

Texto e imágenes:

Francisco Daroca Bruño